03/02/2019
Hacía un rato que la cena había terminado y bastante más que habían entrenado. Con paso cansino y de a poco, el plantel abandonó el comedor del Babson College, en Boston, rumbo a las habitaciones. Ya en la suya, Gabriel Batistuta se descalzó, se quitó la remera de entrenamiento, el pantalón y se lavó los dientes. Tomó sus botines y los empapó en la pileta del baño.
Sentado sobre un lado de su cama, mientras cruzaba las últimas palabras de la noche conClaudio Caniggia, se los puso. Apagó la luz y esperó que el agua hiciera lo suyo: ablandar el cuero durante la noche.
Batistuta usaba los botines medio número más chico; necesitaba sentir el pie compacto.Estos que le habían dado eran demasiado pequeños, un número menos. El par en camino no iba a llegar a tiempo. Por suerte, el cuero cedió: en el entrenamiento de la tarde anterior le apretaban por demás, pero la mañana del 21 de junio de 1994 se sentían bien.
Ese día Batistuta hizo el gol más rápido de la Argentina en los Mundiales, a los dos minutos de comenzado el partido. Con tres goles suyos y uno de Maradona, la Selección le ganó 4 a 0 a Grecia. Era el debut de la Selección en el Mundial de Estados Unidos 1994 y también el suyo en una Copa del Mundo.
Gabriel Batistuta nació el 1° de febrero de 1969 en Avellaneda, a 5 kilómetros de Reconquista, provincia de Santa Fe. Entre ambas localidades alcanzan los 100 mil habitantes. Es el hermano mayor de tres mujeres, el hijo de Gloria y Omar, un hombre de campo, de seis de la mañana, heladas y uñas en tierra.
El compromiso de su padre con el trabajo le marcó clarísimo el futuro: Gabriel no quería trabajar así, con esos horarios. Él quería poder faltar a su trabajo. "Si me duele la cabeza, falto", pensaba. Entonces pensó en autos: sería mecánico y tendría su propio taller. El conocimiento lo tenía porque había egresado de una escuela técnica, sabía de electromecánica y, además, era muy bueno en Matemáticas.
Mientras diagramaba su futuro de motores y fosas, una selección juvenil argentina llegó a Reconquista en busca de un adversario. El partido que habían arreglado en otra ciudad se había suspendido y tenían que entrenar donde fuera. Reconquista improvisó el equipo de once con todo lo que tenía de su fútbol y ganó 2 a 1. Los goles los hizo un pibe de 17 años un tanto excedido de peso, pero con una patada de búfalo. Eso lo vio Bernardo Griffa, un cazatalentos de unos kilómetros más allá: Rosario, Newell's Old Boys.
"El gordo", como lo llamaría siempre Marcelo Bielsa, ni pensaba en ser futbolista. Pensaba en el taller mecánico, en la tranquilidad de su pueblo, en los alfajores y en la Fanta que tomaba como si fuera el último día de las gaseosas en la Tierra. Twitter