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Quién fue Buda, el príncipe que eligió ser un mendigo en busca de la verdad y fundó un culto para millones

Vivió hace unos 2500 años, fue de casta guerrera, tuvo tres palacios, lo rodearon 500 mujeres, y renunció a todo para seguir un camino espiritual

15/06/2019

El Budismo es la cuarta religión del mundo en cantidad de seguidores: unos quinientos millones de fieles.

La única exigencia para entrar a un templo budista es quitarse los zapatos.
Lo que sigue es la historia de Buda, su gran maestro.

Si el lector quiere, el autor no vería mal que se quitara los zapatos…
Siddartha Gautama –tal su nombre real– nació en Lumbini, reino de Sakia (hoy Nepal, cerca de la frontera con India) en el 483 antes de Cristo, y murió a los 80 años. Ambas fechas son inciertas… En todo caso, hace unos 2500 años.

Pero fue, según la creencia no discutida, una noche de luna llena.

Padre: Sudodana, rey y jefe de la nación Sakia, descendiente de un mítico sabio: Gótama.

Madre: Mayadeví, mujer de Sudodana, la reina.

Ergo, Gautama nació príncipe.

La remota leyenda jura que en la noche que fue concebido, la reina soñó que un elefante blanco con seis colmillos entraba por su costado derecho, "y diez meses lunares más tarde nació Siddartha". Como estaba prometido, Mayadeví lo dio a luz en un jardín, debajo de un árbol sala…

Mal fin. Murió en el parto, o muchos días después, o a los siete días: las versiones se entrechocan.

Llegó el momento de darle un nombre. Pero con estricto ritual: ocho sabios brahmanes debían predecir el futuro del niño. Y todos coincidieron en un doble destino: "Será un gran rey o un gran sabio: un Buda".

De la casta guerrera, las descripciones, sin fisuras, lo definen como "alto, fuerte, y de gran belleza", y como hijo de reyes, para librarlo de peligros, tristezas y desdichas, lo rodearon de placeres carnales: "quinientas mujeres a su servicio", manjares, y las incomparables emociones del combate cuerpo a cuerpo –siempre vencedor, según la tradición oral…

El enorme Tian Tan Buda en el Monasterio de Po Lin en Hong Kong. (Shutterstock)

A sus 16 años, su padre le eligió esposa: Yasodhara, una prima de la misma edad, que le dio un único hijo: Rahula.

Pero a sus 29 años, ese dorado mundo se enfrentó a la crueldad de la vida: esa crueldad que le habían ocultado a lo largo de casi tres décadas…

Cierto día salió de su palacio –al parecer, tenía tres–, y en su recorrido vio (con asombro) aun hombre muy viejo. Su cochero, Chana, le explicó que los hombres, las mujeres, los animales y todo lo vivo "envejecen y mueren".
Más adelante, como puesto allí por el destino, "encontró a un hombre enfermo, a un cadáver putrefacto, y a un asceta": los Cuatro Encuentros que decidieron, desde ese instante, su vida…

Abandonó el palacio, montó a su caballo, Kantaka, y se lanzó a los caminos, decidido a convertirse en mendigo. La leyenda, sobre ese episodio, pone un toque poético: "El sonido de los cascos del caballo fue apagado por los dioses para engañar a los guardias".

En Bihar, India, pide limosna en las calles. Pero unos servidores del rey Bimbisara, amo del reino de Magadja, lo reconocen y lo llevan ante él, que le ofrece un trono, pero el príncipe-mendigo lo rechaza: "Volveré cuando haya alcanzado la iluminación". Acto que en las bases del budismo se llama La Gran Renuncia.

A lo largo de su periplo, envuelto en andrajos, los maestros anacoretas le enseñan lameditación yoga, y hasta le ofrecen –por su gran dominio de esa tecnica– asumir el magisterio del gran Arada Kalama. Pero tampoco acepta. Seguirá como humilde alumno de otros maestros, aprenderá otras formas de meditación, y al parecer, "alcanzó altos estados de conciencia, comprendió la unión del individuo (Atman) con un absoluto (Brahma), y logró la liberación".

Shutterstock

Pero no conforme, con cinco seguidores, redobla el sacrificio: lograr la iluminación por vía de renuncia a todo lo material, incluida la comida, y entregarse a la mortificación.

Se convierte, casi, en un esqueleto: apenas come una nuez o una hoja verde por día. Tan débil está, que al tratar de bañarse en un río casi se ahoga…
Les dice entonces a sus cinco fieles: "Aprendí que el ascetismo extremo no lleva a la liberación total, y que en un punto ningún maestro puede enseñar algo más. Debo hallar la sabiduría dentro de mí, no afuera": descubrimiento de El Camino Medio, o El Noble Camino Óctuple: una ruta de moderación alejada del hedonismo, pero también de la mortificación del cuerpo…

¿Cuándo y por qué empiezan a llamarlo Buda? El relato más difundido cuenta que, en una noche de luna llena, Gautama se sentó bajo la Higuera Arbórea Sagrada y pasó allí varias semanas. Sus compañeros, hartos, lo abandonaron. Al desatarse una gran tormenta, de las raíces salió la serpiente Mucalinda, se enroscó en su cuerpo, y lo cubrió del agua y del viento con la caperuza de su raída ropa…

Pasa 49 días de meditación profunda y constante, y consigue el estado bodi: la lucidez total, clave de la liberación definitiva.

Sus seguidores vuelven, arrepentidos, y al saber lo ocurrido empiezan a llamarlo Buda: en sánscrito, "despierto". Porque ha logrado la máxima perfección: el nirvana. La paz absoluta, y libre de la ignorancia, la codicia, la maldad, el odio…

Ocho semanas más tarde, el Buda se topa con dos mercaderes, Tapussa y Bhallika, y los unge como sus primeros discípulos. El nacimiento del budismo.

Gautama tiene entonces 35 años, y hasta los 80 –su último aliento–, desde la llanura del Ganges, imparte su sabiduría a cuantos encuentra a su paso: desde reyes y príncipes hasta asesinos…

Sudodana, se entera de la iluminación –el despertar– de su hijo, y manda diez delegaciones a buscarlo.

Y regresa, y permanece allí hasta la muerte de su padre.

Ya cerca de sus 80 años, anunció el fin de su vida: el paranirvana. Cunda, un herrero, le ofrenda una comida (al parecer, carne de cerdo con hongos), y Buda muere unas horas después, no sin pedirle a su ayudante Ananda que le dijera a Cunda que aquella comida nada tenía que ver con su muerte, y que era un mérito haberle ofrecido su último bocado.

La tradición, nunca exacta, dice que sus últimas palabras fueron "Puedo morir feliz. No me he guardado una sola enseñanza en el puño. Todo lo que es útil para ustedes ya se los he dado. Sean su propia luz".

Su cuerpo fue cremado.

Su gran enemigo fue Mara, el demonio.

Su flor: el loto. Símbolo del despertar.

El canon budista chino tiene 2.184 textos contenidos en 55 volúmenes, y el canon tibetano, 1.108 textos escritos o dictados por Buda, y 3.461 por eruditos indios. Aclaración: el budismo escrito no existió hasta pasados cuatro siglos de su origen. Todo lo anterior es tradición oral, con las inexactitudes propia de ese género.

Asombroso hallazgo: más de 40 mil manuscritos, en su mayoría budistas, fueron descubiertos en la cueva china de Dunhuang. Año: 1900.

El budismo se estudia, como especialidad, en las universidades de Oxford, Harvard, Lausanne, Berkeley, Salamanca, Milán…

Buda ha sido representado por el arte en distintas posiciones: sentado, reclinado, caminando, demacrado (por sus prácticas de ayuno).

Fue flaco. El clásico y tan difundido Buda gordo, panzón y sonriente –el Buda Feliz o De la Fortuna– fue un monje budista que vivió en China hace algo más de mil años y fue admirado y amado "por su bondad, sabiduría y plenitud".

Entre los centenares o miles de términos budistas –es un culto complejísimo en sentencias y rituales– hay dos esenciales: Nirvana (la sabiduría) y Samsara (la ignorancia).

Y Los Cinco Preceptos: No tomar la vida de nadie. No tomar lo que no me pertenece. No tener una conducta sexual dañina. No decir mentiras. No consumir estupefacientes.

Buda no es un dios (con minúscula o mayúscula): fue un hombre.

El budismo es una religión no teísta.

No hay paraíso, purgatorio ni infierno.

No hay pecado ni confesión. Uno es su propio juez a través de la conciencia.
Cualquiera puede entrar a un templo budista. Son lugares sencillos, silenciosos –apenas el rumor del agua que cae en pequeñas cascadas–, y de libre albedrío. Es posible seguir rituales o ignorarlos. Sólo estar… El monje o guía responde todas las preguntas…, y no le pregunta a nadie qué hace allí.

Aprender todos los rituales, las palabras y sus significados es una tarea ardua y lleva años.

Y ahora sí, el lector que se haya quitado los zapatos, puede ponérselos.